La débil luz del crepúsculo entraba, con tonos grises y anaranjados, a través de las ventanas de la sala. En el centro, observando cómo el sol se iba ocultando entre las nubes y el mar, un hombre de cabello cano y corto degustaba un buen vino. Se atusaba su cuidada barba mientras sus cansados ojos azules no dejaban de mirar el ocaso del astro rey desde su sillón. Esperaba sin esperar nada. Sencillamente se deleitaba con la puesta y con el sonido del péndulo del enorme reloj, que, en su elaborada caja de madera de marquetería, marcaba impasible las horas.
La jornada había sido dura, y ese remanso de paz era el bálsamo que curaba las heridas del día. Tal vez debiera seguir leyendo aquel libro. Llevaba ya cinco años leyéndolo. Acarició la cubierta del tomo, que estaba en la mesita, donde también se hallaba la botella de vino. «La destructora de sueños. Hechos y fundamentos de Neferdgita» Pasó los dedos por el título y suspiró. Los libros de historia le gustaban, pero aquél se le resistía.
Un escalofrío le recorrió la espalda. El reloj se detuvo. ¿Tocaba darle cuerda ya? Lo había hecho el día anterior, puede que se hubiera estropeado o... tal vez fuera un signo de mal agüero. Interrumpiendo sus cavilaciones, alguien llamó a la puerta.
- ¿Quién es? Le dije a Harald que no me molestaran - dijo con desgana.
- Soy yo, padre.
Su apatía desapareció al oír aquella voz. Si algo podía privarlo de su rato a solas, sin duda, era la visita de su hijo.
- Adelante, adelante. Pasa. - Y se ajustó el sobrio batín de invierno para levantarse.
Se abrió la puerta y Meikoss entró. Pero detrás de él, medio en sombras, estaba una mujer que se había quedado esperando en el umbral, y que no pasó inadvertida a sus ojos.
- Buenas tardes, hijo mío, me alegra ver que vienes a hacerle una visita a tu viejo padre.
- Buenas tardes, padre. Siempre tengo un rato para que me cuentes cómo te ha ido el día. Aunque lamento que esta vez sea una visita interesada.
- Por lo que veo, vienes acompañado. Dile a tu amiga que pase - dijo guiñándole un ojo a su hijo.
- No es lo que piensas. Nos acabamos de conocer en la plaza. - respondió con rapidez a la insinuación de su progenitor.
La mujer entró por la puerta. - Con permiso.
Se sorprendió al ver que se trataba de una doalfar. Si por él fuera nunca le hubiera permitido entrar, pero si la había traído su hijo consigo, confiaba en que fuera por un buen motivo. Uno de esos altivos habitantes del norte, con lo que históricamente habían tenido más de una disputa territorial no eran bienvenidos.
- Ella es Eliel van Desta, hija del marqués de las tierras de Hannadiel, en Kresaar - hizo una pequeña pausa en la que Jeffel asintió con la cabeza mostrando su aprobación más que su respeto - Señorita Van Desta, él es mi padre, lord Jeffel Sherald, consejero del duque Hendmund – dijo lanzando una mirada de duda a su padre.